Jefe de Radio oncología de CCT100
En el antiguo Egipto, los tratamientos eran rudimentarios y brutales, limitándose a la amputación con cuchillos al rojo vivo, sin anestesia ni analgésicos. Siglos después, a finales del siglo XIX, William Halsted revolucionó la cirugía con la técnica de la mastectomía radical. Al incorporar anestesia y antibióticos, logró reducir drásticamente la mortalidad y las complicaciones postoperatorias, un avance monumental para la época.
El siguiente gran hito llegó con el descubrimiento de los rayos X, que permitió el primer tratamiento con radiación apenas un año después. Este hallazgo sentó las bases para la radioterapia, que se consolidaría en el siglo XX como un pilar fundamental en el tratamiento. La invención de la bomba de cobalto y los aceleradores lineales hizo posible tratamientos más precisos y eficaces, marcando un antes y un después en la oncología.
A partir de las décadas de 1970 y 1980, la combinación de cirugía, quimioterapia y radioterapia se convirtió en el estándar. Sin embargo, un cambio de paradigma se produjo cuando diversos estudios demostraron que los tratamientos conservadores de mama, complementados con radioterapia, ofrecían resultados similares a la mastectomía. Esto no solo mantuvo el control de la enfermedad, sino que también mejoró la calidad de vida de las pacientes, reduciendo el impacto funcional y estético.

Durante años, la radioterapia estándar implicaba entre 25 y 30 sesiones. Pero el siglo XXI trajo consigo una nueva era de esquemas abreviados. Gracias a la investigación, surgieron protocolos como el canadiense (16 sesiones) y el START en el Reino Unido (15 sesiones), que demostraron la misma eficacia en pacientes seleccionados.
Los avances en la tecnología de los aceleradores lineales han permitido una precisión sin precedentes, minimizando el daño a los tejidos sanos. Durante la pandemia de COVID-19, la adopción de esquemas aún más cortos, como el protocolo Fast Forward (solo 5 sesiones), se aceleró para reducir el riesgo de contagio en pacientes de bajo riesgo. Hoy en día, en casos muy seleccionados, es incluso posible omitir la radioterapia por completo, siempre que se cumplan ciertos criterios clínicos y se mantenga una vigilancia estricta.
En conclusión, la historia del tratamiento del cáncer de mama es un testimonio del progreso médico. Las terapias han evolucionado de ser invasivas y limitadas a ser más efectivas, menos agresivas y, lo más importante, personalizadas para las necesidades únicas de cada paciente. La radioterapia ha sido un motor clave en esta transformación, permitiendo desde tratamientos conservadores hasta esquemas breves y la posibilidad de su omisión en algunos casos, marcando el camino hacia un futuro de atención oncológica más humana y precisa.
